Este título es el desenlace de una canción de Seru Giran y que incluso fue utilizada por muchos artistas que han interpretado obras relacionadas a la educación y la enseñanza. Este es el frente común que todos nosotros hoy sufrimos en nuestro sistema de educación. Aquí no caben los juzgamientos partidarios, sino el único juzgamiento lícito es el de la realidad que nos atraviesa.
Las comunicaciones a tiempo de velocidad de luz, las desigualdades sociales que generan violencia, la ruptura de parámetros filosóficos de vida donde un individuo ingresaba a una empresa y se jubilaba en la misma luego de años de servicio. Esa ùltima realidad que fue, ya no existe, y no es válido plantear que todo pasado fue mejor. No es cierto tampoco eso. En voz de Sábato la frase “todo tiempo pasado fue mejor” no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que –felizmente- la gente las echa en el olvido. Y mucho tiene esta sociedad que aprender de la historia y por ello nunca terminar con la llama de la memoria.
Una escuela que enseñe a vivir es un desafío en estos tiempos de deserción, abandono, exclusión, que algunos rincones del sistema educativo tiene y que no debemos dejar de atender. Pero no solo esto último como pauta para que no abandonen los jóvenes, sino como alerta para empezar a trabajar en escuelas que formen personas libres, y seguras de poder concretar sus sueños. Por más trillado que suene, esa es la clave del éxito escolar. Fortalecer los tramos secundarios para que el capital social que tiene cada escuela sea una ruta de acceso a un camino de construcción personal en lo colectivo.
Quizás es una receta extensamente comentada, pero creo firmemente en que hacernos cargo del proceso de cambio dinámico que el presente nos acontece es parte fundamental y fundacional de un proceso nuevo en las miradas educativas y los programas de enseñanza. Hacer de la escuela un espacio de capital social que interactúe con todos los sectores comunitarios es dar un paso firme para que los jóvenes de hoy no caigan en la deserción y el abandono y que puedan encontrar una utilidad fuerte en el hecho de concurrir a clases y finalizar sus estudios medios.
La UNICEF en su evaluación sobre el abandono en las escuelas de la Argentina, insta a focalizar la atención en los periodos intermedios de la educación secundaria, es decir en el tercero y cuarto año, donde el embarazo adolescente, la falta de trabajo en los hogares más vulnerados, y también el sinsentido que muchos encuentran al título de bachillerato, son variantes que hacen al porcentaje de abandono en la educación media.
Pensar en la educaciòn de principios de Siglo XX, con docentes de mediados y finales de èste, y con alumnos del Siglo XXI, es un error. Es necesario agendar los interrogantes para poder ejecutar programas que construyan dentro de un sistema educativo que en muchos sectores aún no ha encontrado la luz del siglo XXI y que vive pensando en esa “educación mejor” que era la “educación de antes”. Por decisiones políticas en materia de educación se ha creado, por ejemplo, la Ley de Educación Sexual Integral que hoy lleva adelante la Dirección General de Cultura y Educación de la provincia de Buenos Aires, y también los programas de fortalecimiento juvenil, de participación política, de formación ciudadana y de desarrollo y orientación para el mundo que viene.
Todo esto es parte de un sistema en crecimiento y al que no hay que estigmatizar con pasados que realmente no fueron buenos. Al contrario, hubo históricas reducciones presupuestarias a universidades nacionales y hoy nos encontramos con muchas nuevas creadas y las que vienen en camino de proyección. La “escuela de antes” era un escuela excluyente donde menos de la mitad de la población media argentina accedía a la escuela secundaria, como afirma el sociólogo especialista en educación Emilio Tenti Fanfani. Esa es la representación de la “escuela de antes”, una casa de estudios donde no se podía apelar a nada, donde la rectitud y el acatamiento eran las reglas básicas para poder asistir y cumplir regularmente. ¿Qué significaba entonces ser un buen alumno?, tener excelentes calificaciones, aunque un comportamiento sin valores. Este es un debate que debe abrir la escuela para que todos podamos opinar y construir. No buscar la formación de alumnos sobresalientes sino de buenas personas. Y principalmente cuidar nuestros discursos cuando comparamos tiempos pasados, en un momento de la historia donde debemos ser cuidadosos de no repetir grietas profundas que nos llevó tiempo erradicar.
La escuela de antes, es la que hizo de la sumisión y la exclusión su herramienta preferida, y la historia consecuente de una sociedad adormecida ya es más que sabida y debe quedar en la memoria flameante como una historia en permanente estudio.
Una escuela que enseñe a vivir, es un postulado que no existe según las letras de esa canción y probablemente no exista como modelo perpetuo. Si entendemos que puede existir un sistema lejos de las características que tiene que tener algo llamado “sistema”, y se adapta al mundo en constante cambio. Si acepta las reglas actuales fundando siempre en valores que defiendan la vida en su concepción integral, más que los indicadores numéricos y censales, entonces si haremos escuela con nuestros ejemplos cotidianos. No existe una escuela que enseñe a vivir, pero si la que enseñe a vivir en comunidad.